La obra Beethoven Irudiak podría considerarse una exégesis de cuatro de las sinfonías beethovenianas: 3ª, 5ª, 7ª y 9ª por ser para el autor de este trabajo las más admiradas. Siempre resulta un reto difícil la utilización como materia de composición de la temática y los elementos constitutivos de una obra de otro compositor, y con más motivo si la referencia es la de un músico genial como es el caso de Beethoven. Es por eso que obliga al análisis e interiorización de su obra, intentando extraer tanto la esencia de su significado como los elementos estéticos, rítmicos y armónicos característicos.
El tratamiento del material sonoro y la estructura de esta partitura intentan aportar una visión particular y personal de elementos extraídos de las citadas sinfonías, de manera que aparezcan también elementos nuevos propios de la imaginación y creatividad de su autor, así como una orquestación ampliada y de tímbrica más acorde con la música actual.
La obra comienza con una introducción que a modo de tres llamadas nos introduce en el primer tema de la 3ª sinfonía. Los elementos melódico-rítmicos se van sucediendo en el orden señalado (3ª, 5ª, 7ª y 9ª) si bien en ocasiones aparecen las ideas melódicas de alguna de éstas fundidas en una larga frase, como es el caso de la marcha fúnebre de la Eroica con la melodía del 2º movimiento de la 7ª sinfonía. Así mismo hay que resaltar la utilización profusa del Scherzo beethoveniano como cita y elemento rítmico característico.
La intención final es la realización de una obra de gran energía y fuerza rítmica, que es a juicio del autor una de las características más destacables de la música de Beethoven y muy especialmente de su producción sinfónica.
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Sinfonía n. 9 en re menor op. 125 'Coral'
La Novena sinfonía es sin duda la más conocida e interpretada de todas, pero además se puede afirmar que su originalidad y su significado, el cual va más allá de su mensaje explícito, marcan un antes y un después en la música sinfónica. Se puede considerar la verdadera primera obra sinfónica romántica e introduce novedades como el coro y cuarteto vocal por primera vez en la historia.
Si la música es el arte más abstracto, como afirman los teóricos y en especial la música instrumental, Beethoven quiso que su mensaje quedase manifiesto en el texto de Schiller “Oda a la Alegría”.
Cuando recibió el encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres llegó a la conclusión de que debía crear una nueva forma de arte y tras un proceso de composición agónico concluyó una obra radicalmente original. Una obra que se alejó libremente de la tradición sinfónica, en la que mezcla, como afirma Eva Millet, “la elegía con la cantata, la ópera italiana y la germana, la fanfarria militar y el réquiem”.
Su estreno constituyó un acontecimiento social y un éxito relativo, al que muchos críticos consideraron un engendro monstruoso de un músico sordo, pues era difícil admitir como sinfonía una obra cuyo movimiento final fuese una parte coral, entre otras originalidades. Pero el paso del tiempo la ha consagrado como la gran obra maestra e intemporal, no solo por la Oda a la Alegría del último movimiento sino por su concepción general, la originalidad de sus diferentes movimientos, la rica y compleja orquestación y la idea que ha calado en el subconsciente colectivo de ser un inmenso testamento de la humanidad entera que posiblemente la mente humana no es capaz de comprender en su totalidad.
La novena sinfonía bien pudiera ser objeto de la semiótica musical, si bien las interpretaciones de su mensaje se han visto utilizadas y apropiadas por ideologías y personajes antagónicos, desde directores opuestos al fascismo como Toscanini a Mascagni, músico oficial de la Italia de Mussolini. pero hoy en día su carácter universal y la consideración de himno de la humanidad entera disipan cualquier duda sobre su significado real.